Pablo García Casado: “Nuestra gran responsabilidad es no hacer literatura solo para literatos”

“Aquí quedamos la primera vez en una reunión de escritores en el año 90. Esto se llamaba entonces Gran Café. Hace mucho que no venía, la verdad”, cuenta Pablo García Casado de sopetón, antes de arrancar la entrevista en la que, con la excusa de su último poemario Cada uno es mucha gente (Visor, 2025), el escritor cordobés, buque insignia de una generación difícil de repetir, acabará filosofando sobre un proceso que, probablemente, Irvine Welsh definió mejor que nadie: “todos envejecemos, dejamos de molar y se acabó”.
Aunque lo cierto es que el último libro de Pablo García Casado mola un montón. Es un libro en el que el autor de Las afueras o Dinero pule al máximo la prosa poética que estructura su universo de realismo sucio, trufado de guiños a la cultura pop, y aliento raymondcarveriano. Se aleja de la lectura del verso vertical para narrar horizontalmente decenas de microrrelatos en los que, como un titiritero, pone su voz a gentes de toda condición. A veces es él. A veces es el lector. A veces es un amigo al que todos conocemos.
Esa es la gran virtud de una obra que García Casado dice que lo reconcilia con quien es en este momento: un padre cincuentón que escribe sobre sí mismo, incluso cuando describe a los demás. Un libro compasivo, con guiños a quienes no están -Eduardo García, Rafi Valenzuela, Pedro Roso, Montoto-, y que deja espacio para imaginar un mundo mejor para quienes seguirán cuando su generación ya se haya ido.
En este libro hago las paces con la realidad
PREGUNTA. ¿Cada uno es mucha gente es un poemario de madurez?
RESPUESTA. Creo que nosotros hemos pasado la etapa de descubrimiento del mundo. Recuerdo que cuando escribí Dinero, descubrí que había un mundo muy áspero ahí fuera. Y yo creo que en este libro hago las paces con la realidad. Y eso que la literatura implica no asumir la realidad; implica mirarla de manera crítica. Pero también, uno tiene que saber qué escritor puede sacar de uno mismo y qué escritor no va a llegar a ser. Entonces, asumiendo las limitaciones, las del oficio y las del género, procuras sacarle todo lo posible y, sobre todo, lo más importante: aprendes a no tener miedo, a atreverte con cosas. Como a meter a Rocío Jurado, o una canción de Mecano.
P. De hecho, son cosas que se perciben tremendamente naturales.
R. Pero son atrevimientos. Porque hay ahí algo que a mí me parecía muy interesante cuando yo empezaba a escribir, que es que en la poesía cabe todo, ¿no? Lo único que tienes que asumir es tu mirada y tu punto de vista sobre las cosas, y que sea una mirada poética, oblicua, frente, digamos, a la mirada directa que puede tener un periodista, ¿no? Y también hay algo que mi maestro, Pedro Roso, me inculcó, y en lo que ya me he vuelto muy radical: los escritores y, sobre todo los poetas, tenemos que recuperar al lector. Recuperar el lector con dignidad, sin demagogia, haciendo bien las cosas, pero haciendo partícipe al lector de tu escritura. Y este libro, creo, lo has podido leer tú, lo ha podido leer mi madre, un catedrático de literatura y cualquier tipo de esta cafetería. Creo que nuestra gran responsabilidad es no hacer literatura solo para literatos.
P. Lo cierto es que, aun estando tu poesía cargada de fuerza, de símbolos y de cultura, no te has perdido en la floritura. Eso sigue aquí, aunque, si me apuras, más pulido.
R. Está todo como más rematadito, ¿no? Quizás porque he aprendido también a esperar. Y este libro tiene mucho tiempo de espera, porque se ha escrito durante diez años. Y eso me ha permitido descubrir cómo acercarme a la creación del propio poema. Felipe Benítez Reyes decía que los poemas eran como una tienda de campaña. Todo tiene que estar muy tenso, porque, si hay algo que no está tenso, si por la noche llueve, te mojas. Y eso implica lo que tú dices: mucho pulido, mucho trabajo, mucho retoque... Y todo ello intentando no perder la energía de la primera escritura.

P. Entiendo, igualmente, que estás también en paz con el estilo que has creado. Aunque seguro que habrá habido etapas de inseguridad, de pensar o querer escribir como otros poetas.
R. A ver, si me miro a mí mismo en mi escritura, y me pienso hace veinticinco años, quizás sí que soy el escritor que yo querría haber leído entonces. Mira, yo creo que los escritores escribimos porque somos lectores insatisfechos. Entonces, el camino de un escritor es escribir el poema que querría leer. Y, si yo me pongo ahora en el poeta de diecinueve años que yo era cuando venía aquí, y me hubiera encontrado un libro de Pablo García Casado de cincuenta y tres años, este libro me hubiera gustado. Y eso a mí me da mucha paz. Yo me siento muy cómodo ahora en este libro, y siento que me reconozco mucho en estos poemas. Pero también necesito que, dentro de un par de años, esto ya no me guste. O que ya no me sea suficiente, no me baste. A veces, y nos pasa a todos, no nos sentimos muy cómodos con las obras que son anteriores. La edad te permite también reconciliarte contigo mismo. Como que te sientes cómodo en ese personaje, en esos libros que tú has escrito.
P. ¿Cuánta gente cabe en Pablo García Casado?
R. No lo sé. Muchos. En este libro creo que hay muchos. La mayoría de los poetas que yo conozco y que yo he leído quieren trasladar la identidad a su poesía. Y la mayoría lo hace muy bien. Lo que pasa es que la posmodernidad nos ha enseñado que la identidad es múltiple. Y ocurre que la mayoría de los poetas siguen pensando que la identidad es como se pensaba en el romanticismo, que es uno solo. Y la realidad es que uno es mucha gente. Entonces, mejor que trasladar mi persona, mi identidad, mi vida personal, prefiero trasladar vidas de otros, vidas inventadas y vidas cruzadas. Entonces, esos personajes que habitan en mí, yo los pongo en el libro, porque creo que, más que contar mi vida, tengo que poner encima de ese libro voces que hablen y cuenten historias. Y, en la medida en que sea un discurso de una pluralidad de voces, creo que nos acercaremos más al estado de la cuestión. Porque yo creo que la realidad se entiende mejor con muchas miradas. Pues este libro igual.
Hemos sustituido la lucha por la plenitud y por la confortabilidad
P. La cosa es que muchas de las voces que retratas en el libro, sobre todo las relacionadas con la precariedad, son las mismas que llevas retratando 20 años. Los sueños aplastados por el sistema siguen ahí, son los mismos desde hace décadas.
R. ¿Sabes por qué? Porque hemos sustituido la lucha por la plenitud y por la confortabilidad. En un momento dado del libro se dice: “Yo no aspiro a cambiar el mundo, solo que no sea absolutamente repugnante”. O algo así. Y creo que el deseo de plenitud, de que la vida sea completamente plena, de que la vida sea confortable, de que tengamos un lugar donde descansar, es un deseo minúsculo al lado de la posibilidad de cambiar el mundo. Yo no creo que, necesariamente, cuando cumples cincuenta te vuelves más conformista. Al contrario, creo que el conformismo es algo que ya se tiene a los veinte, a los treinta...
P. Bueno, cada vez pasa antes: ese es el auténtico peligro, ser conformista con 16 años.
R. Lo que está claro es que, con cincuenta años, eliges las batallas que quieres luchar. Asumes tus limitaciones como ser humano y decides dónde pones tu intensidad, o tu deseo, o tu energía. Y yo, lo único que espero es que, con cincuenta y tres que cumplo el martes que viene, pueda seguir teniendo una energía y depositarla en la poesía. Y que esa poesía no sea decadente y que no sea melancólica. Porque una cosa es que tú quieras trasladar situaciones de tristeza y todo eso, pero esa melancolía, esa pesadumbre y todo eso, espero no llegar a ella. O llegar ya cuando me esté muriendo.
P. No es un poemario excesivamente melancólico, pero sí hay trazos de nostalgia.
R. La nostalgia es áspera en algunas cosas, porque hay situaciones perdidas. Hay muchas muertes en el libro. Muertes de personas importantes en mi vida. Y en mi obra, porque Pedro Roso tomó a una generación de escritores y nos dijo: “Podéis poneros a hacer un discurso poético en una ciudad posible”. Fue él el que nos animó a mirar lo contemporáneo. Porque, entonces, parecía que para escribir poesía, había que escribir de nenúfares y de chopos. Y fue él el que nos dijo que no. Y entonces, se permitió que alguien dijera en alto que le interesa mucho más Radio Futura que Fernando Herrera. Y yo sigo pensando que La canción de Juan Perro es el mejor libro de poesía de los 80 y los 90.

En ese justo momento, una palomita entra en el interior de un bar y revolotea alrededor de la mesa en la que estamos sentados. García Casado levanta la vista y se ríe.
P. Hostia, que se ha colado la naturaleza a reclamar su espacio en la poesía.
R. Esto es una epifanía (Se ríe). Se ha mosqueado Fernando Herrera. Sí, eso nos pasaba. Éramos muy canallas. Yo recuerdo haber dicho algunas cosas de estas, cosas peores incluso. Y reivindicar Ciudad Jardín, sencillamente porque era el lugar donde vivíamos.
P. ¿Qué nace cuando muere un poeta joven?
R. (Se queda pensando) Primero te voy a decir cuándo muere ese poeta joven: cuando se es padre, que no es lo mismo que cuando se tiene un hijo. Porque, cuando se tiene un hijo, hay un momento en que es un juguete. Yo hablo del momento en el que asumes que eres padre. Las mujeres lo viven de otra manera, porque es físico. Pero para los hombres... Ahí muere el poeta joven. Y, entonces, nace algo que tiene que ver con aquello que dijo Gil de Biedma, de que empiezas a entender que la vida va en serio. Y la vida va en serio. La vida ya no es algo cool ni moderno. Tienes que asumir que eres el vecino del primero. A partir de ahí es cuando muere el poeta joven.
P. Cuando eres padre, automáticamente te conviertes en actor de reparto dentro de tu propia vida.
R. Pues mira, me parece que te lo voy a comprar. Te lo voy a comprar, porque uno ya no es el protagonista de su historia. Porque estás presente, pero como parte del paisaje. Y también te conviertes en actor de reparto en el ecosistema cultural. Sí, me gusta. Eres actor de reparto en tu familia, eres actor de reparto en los discursos, y en tu propia poesía. Ya no eres el centro donde nace todo el poema. ¿Pero sabes qué? Es bueno. Yo creo que es bueno que tú seas parte del paisaje. Que es bueno que Pablo García Casado, como ser humano, forme parte del paisaje de este libro, pero no sea el protagonista de este libro. Y es bueno que no lo sea, porque el mundo es algo mucho más complejo que Juan o que Pablo. Y la aspiración de un poeta es nombrar el mundo. No entenderlo. Nuestro camino no creo que vaya mucho más allá de ser uno más en el paisaje.
P. Una de las claves del libro es la capacidad de plasmar la belleza de los sueños rotos o aplastados. ¿Hay belleza en que uno renuncie a sus sueños?
R. No sé si la conformidad es bella. Quizá. Quizá deberíamos empezar a hablar de que aceptar las derrotas es algo bello. No las derrotas... Mira, me voy a poner mejor: aceptar los empates. La mayoría de nosotros, lo que nos ocurre son empates. Empates con cierto sabor a derrota y algunos con sabor a victoria. Y ese empate también hay que reivindicarlo. Porque empatar significa que el partido sigue, que sigues jugando. Y yo sí creo que hay una belleza en el empate. En un momento del libro, yo digo que nosotros, a una cierta edad, aspiramos a quedarnos en el empate. No aspiro a ganar, pero, al menos, que el resultado quede como está. Cuando uno mira a sus hijos, los ve como un candelero de posibilidades. Nosotros, en cambio... Yo creo que ya he gastado mucho del caudal de mis acuíferos. Yo sé ya los sitios a los que ya no voy a llegar.
'La canción de Juan Perro' es el mejor libro de poesía de los 80 y los 90
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