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Lo que esconden las palabras

Placa en el hotel Rey David, de Jerusalén, que recuerda el atentado terrorista que asesinó en 1946 a 92 personas

Aristóteles Moreno

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El Gobierno israelí debe cesar sus actividades militares en Gaza

Alberto Núñez Feijóo Presidente del PP

Más de 60.000 muertos después y una operación de exterminio sin precedentes, el señor Feijóo ha rogado al Gobierno de Netanyahu que suspenda sus “actividades militares” en lo que queda de Gaza. Podía haber usado un vocabulario más preciso. Por ejemplo, ataque. O masacre. O carnicería. O matanza. Incluso podría haber escogido el término equívoco de guerra, aun cuando el desequilibrio militar entre los dos contendientes es sencillamente sideral. No digamos ya genocidio o crimen de lesa humanidad, que son los delitos por los que la Corte Penal Internacional ha dictado una orden de detención contra el primer ministro israelí.

Pero no. El señor Feijóo ha preferido seleccionar la palabra “actividad”, un vocablo neutro, que lo mismo vale para un taller de macramé que para una visita dominical al zoológico. La asepsia lingüística del presidente del PP nos recuerda, por cierto, a la frialdad imperturbable del señor Otegi cuando se refería al tiro en la nuca de sus correligionarios. “Actividad armada”, decía sin mover un músculo de la cara. No queremos comparar al líder de la oposición con el portavoz político de un entramado criminal que asesinó a casi mil seres humanos. En absoluto. Solo queremos señalar el uso perverso de las palabras para esconder crímenes deleznables.

El señor Feijóo aseguró también que el origen del conflicto se sitúa en el atentado terrorista perpetrado por la organización integrista Hamás el 7 de octubre de 2023, cuando asesinó a sangre fría a 1.200 israelíes en un ataque espeluznante. En sentido estrictamente factual la apreciación de Núñez Feijóo es cierta. Aunque solo parcialmente. Hamás es una maldición para la justa causa palestina. Degrada la nobleza de sus dignas reclamaciones y empuja a la población civil a un sacrificio inhumano y estéril. De acuerdo.

Pero el conflicto que desangra Oriente Medio no arrancó el 7 de octubre de 2023. Se remonta un siglo atrás cuando un proyecto colonial europeo decidió fundar un Estado sobre una colosal operación de limpieza étnica de la población nativa. Solo un dato: el ochenta por ciento de los habitantes de Gaza provienen de familias expulsadas por las milicias sionistas de sus pueblos, de sus huertos, de sus mezquitas y de sus viviendas. Hoy aquellas 700 localidades palestinas son ocupadas por colonos judíos de medio planeta y su huella ha sido borrada en una operación de memoricidio impropia de un pueblo, el hebreo, que ha convertido la memoria en un arma de resistencia frente al olvido.

Solo un dato: el ochenta por ciento de los habitantes de Gaza provienen de familias que fueron expulsadas de sus pueblos por las milicias sionistas en lo que hoy es Israel

Déjenme que les diga algo de Hamás. En julio de 1946, Palestina estaba sometida al yugo de un mandato británico cuyo cuartel general estaba residenciado en el hotel Rey David de Jerusalén. El 22 de julio de ese año un grupo terrorista judío colocó una potente carga explosiva en el sótano. Todo el ala oeste se vino abajo y 92 personas murieron en el atentado. La orden del acto criminal fue cursada por el denominado Movimiento de Resistencia Hebrea. Justo el mismo acrónimo que utiliza Hamás: Haraka al Muqawama al Islamiya. Es decir: Movimiento de Resistencia Islámica. Los unos ocuparon las más altas magistraturas del futuro Estado israelí y fueron reconocidos con todos los honores por la comunidad internacional. Los otros han sido proscritos de la faz de la Tierra. Hoy una placa recuerda en el hotel a los “combatientes” que demolieron el Rey David hace exactamente 79 años.

Antes he utilizado la palabra conflicto para referirme a la cuestión palestino-israelí. Pero tampoco es un vocablo apropiado. Entre judíos y palestinos no ha habido históricamente ningún conflicto. Hasta finales del siglo XIX, la comunidad hebrea vivía perfectamente integrada en la provincia palestina del Imperio Otomano. Las cosas se complicaron cuando una incipiente ideología nacionalista, denominada sionismo, alumbró en Europa un proyecto mesiánico de ocupación de Palestina. Israel, por lo tanto, es un proyecto colonial europeo. Es importante recordarlo. Y un proyecto colonial, que como todos los proyectos coloniales, se construye sobre una voluntad supremacista de dominación sobre la población indígena.

Y ahora os contaré una peripecia de don Manuel Fraga Iribarne que explica muchas cosas. En septiembre de 1984, el ex presidente fundador del PP viajó a Sudáfrica. Nelson Mandela llevaba entonces la friolera de 21 años ininterrumpidos en la cárcel mientras la mayoría negra vivía recluida en guetos y el régimen de segregación racial exhibía su miseria moral con el apoyo firme de todas las potencias occidentales. Apunten este dato, por favor.

El señor Fraga no visitó Sudáfrica para denunciar el oprobioso sistema de apartheid, como cualquier constitucionalista podría imaginar. Ni mucho menos. En una carta publicada el 19 de septiembre de ese año en ABC, el fundador del PP admitió haberse reunido con el ministro de Exteriores y se deshizo en elogios hacia el régimen sudafricano, un “coloso de eficacia, potencia y riqueza”. Tampoco dudó en alabar la “gesta” de los afrikaners, análoga, en su opinión, a la “conquista del Oeste americano”. ¿Y quiénes son los africaners? Los colonos supremacistas europeos que se asentaron en el siglo XVII en Sudáfrica y Namibia para acabar imponiendo en 1948 el régimen racista de Pretoria. Quédense con la fecha.

Fraga viajó en 1984 a Sudáfrica para apoyar al régimen segregacionista de Pretoria. ¿Les suena la música?

Tres años antes ya había tomado partido de forma inequívoca en defensa del apartheid. En otro artículo publicado en El País, arremetió contra quienes impulsaban la “actual política de presión, bloqueo y discriminación sobre Sudáfrica”. ¿Les va sonando la música? Y recriminó a los “grupos inmensos de europeos que parecen arrepentidos de haber sido los creadores de una gran civilización”, dijo en clara referencia al pasado colonial del Viejo Continente. Ahí lo tienen. Civilización frente a barbarie. El gran argumento supremacista para justificar la política colonial blanca sobre el tercer mundo.

La posición de don Manuel Fraga hace 44 años se parece como dos gotas de agua a la que mantiene hoy su partido en relación a Israel. Y, si no, observen la reflexión que deslizó líneas más abajo: “Todo aconseja a los países occidentales entenderse y colaborar con un país como Sudáfrica, que está decidido a defenderse (...) y que no está dispuesto a ceder ante el terrorismo ni ante la retórica verbalista de ciertas organizaciones internacionales”. Solo tienen que cambiar Israel por Sudáfrica para que todas las piezas encajen como en un puzle.

Y ahora recuperemos la fecha de 1948. ¿Se acuerdan? Ese fue el año en que el Partido Nacional de los africaners ganó las elecciones en Sudáfrica e impuso el régimen de segregación racial que se prolongó hasta 1994 cuando la presión ciudadana mundial y el boicot internacional doblegaron el brazo de la minoría blanca y las potencias coloniales que la sostenían. Unas elecciones, por supuesto, donde no votaban los negros. Pues bien: ese mismo año de 1948, en un guiño caprichoso de la historia, los colonos sionistas europeos proclamaron el Estado de Israel, tras la expulsión de la mitad de la población nativa y el confinamiento de la otra mitad en bantustanes militarizados.

Y ahí seguimos tantos años después. De manera que si usted tira del hilo de las palabras edulcoradas de Feijóo sobre Israel se dará de bruces con la defensa numantina del régimen racista de Sudáfrica que enarboló el señor Fraga hace casi medio siglo. Lo que las une es la vigencia del pensamiento colonial que aún sigue otorgando a Occidente la salvaguarda de la civilización frente al mundo salvaje.

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